En un ppasaje de la ópera Turandot de Giacomo Puccini, la princesa Turandot pone a prueba a Calaf, su pretendiente. Para poder casarse con ella, Calaf, al igual que todos los príncipes que la han pretendido, tendrá que resolver tres enigmas. Si no los adivina morirá decapitado. El segundo era así:
«En la noche sombría
vuela un fantasma iridiscente.
Se eleva y despliega las alas
sobre la negra e infinita humanidad.
Todo el mundo lo invoca
y todo el mundo lo implora,
pero el fantasma desaparece
con la aurora
para renacer en el corazón.
¡Y cada noche nace,
y cada día muere!»
Este es el enigma, Calaf, que como he dicho se juega la vida, lo adivina: «¡la esperanza!» a lo que Turandot le responde: ¡Sí! ¡La esperanza que defrauda siempre!
La esperanza es lo contrario a la frustración. Si la frustración es la sensación que tenemos cuando la realidad nos dice que nuestras expectativas no van a cumplirse, la esperanza es el estado de ánimo que tenemos cuando se nos presenta como posible aquello que deseamos. Al igual que la princesa Turandot, mucha gente no genera esperanzas por no sentir el terrible efecto que les produce no verlas realizadas.
Esta época del año es muy propicia para generar esperanzas. Es como si ese fantasma iridiscente que aparece en el acertijo de la Princesa Turandot, multiplicara su trabajo. Pues todo el mundo empieza a plantearse nuevos propósitos, a generar nuevos anhelos. Es época de siembra, el trigo se siembra en otoño y se recoge en verano. Es época de inicio de un nuevo curso con la esperanza de acabarlo en junio y con buenas notas. Un niño que inicie su proceso educativo en una escuela infantil tendrá trece años obligatorios de inicio de curso, si además realiza estudios superiores añadirá otros siete. Veinte años iniciando en septiembre un nuevo ciclo crea necesariamente un fuerte hábito. Un hábito de generar nuevas ilusiones, de marcarnos nuevos propósitos, de fijarnos nuevas metas. En definitiva de empezar el otoño con nuevas esperanzas.
Por eso no es de extrañar que en los mostradores de los gimnasios haya grandes colas de gente que quiere iniciar una nueva etapa de su vida cuidando algo más de lo que lo han hecho hasta ahora su salud. O que los centros de estudios de idiomas hagan su agosto en septiembre y que las editoriales lancen mediante pesadas campañas publicitarias toda clase de objetos coleccionables.
Es tiempo de esperanza…Pero no sólo de esperanza, pues la esperanza por si sola no tiene sustancia. Necesitamos más que el mero deseo, necesitamos, también, como señala Zygmunt Bauman, valentía y obstinación.
Tener esperanza implica orientar nuestros deseos, definirlos de forma clara y explícita. Pero de nada nos servirá albergar la mayor de las esperanzas si no afrontamos las dificultades, que necesariamente se nos van a presentar, con valentía, es decir, asumiendo riesgos, determinando soluciones, afrontando los miedos y eliminando las preocupaciones.
Necesitamos valentía para aceptar la posibilidad de que nuestra esperanza se puede ver frustrada. Necesitamos valentía para reconocer nuestras debilidades y eliminar la dosis de autocomplacencia que siempre nos acompaña.
Y tenemos que tener valentía para pasar a la acción con mucha obstinación, sin reservas, manteniendo el rumbo, con disciplina y perseverancia. No podemos hacer como aquel que día tras día rezaba por que se cumpliera su deseo y no hacía nada por conseguirlo. Tenemos que avanzar con obstinación por el camino que nos hayamos marcado, ese que haga que nuestras esperanzas se conviertan en realidad.
Se dice que muchos de los grandes descubrimientos de la humanidad se han hecho por casualidad, pero Alexander Fleming no hubiese descubierto la penicilina si no hubiese estado trabajando incansablemente en su laboratorio para conseguir un remedio para curar infecciones. Tal como dijo Thomas Alba Edison “El genio se compone de una parte de inspiración y noventa y nueve de transpiración”(trabajo, esfuerzo, sacrificio, dedicación).
Nuestra sociedad está falta de esperanza positiva, porque los únicos deseos que nos procuramos las personas son deseos materiales, de consumo. Deseos que son siempre individuales, todavía no he visto a nadie que desee que su vecino se compre antes que él mismo un coche más lujoso y potente que el suyo. Vivimos, tanto individual como colectivamente, el presente sin mirar al futuro.
Por todo ello, es tiempo de mirar al futuro con esperanza, valentía y obstinación.
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Muy interesante el artículo así como muy apropiado en el contexto social y económico en que nos encontramos.
Necesitamos recobrar ese estado (la esperanza), individual y colectivamente y superar el pesimismo (frustración) para iniciar con esfuerzo, método y trabajo la actitud que nos empuje a la acción.