He estado investigando que palabras que utilizamos más frecuetemente para referirnos a los procesos de comunicación que realizamos con otras personas. Las más frecuentes son conversar, hablar, dialogar, charlar… Lo que resulta curioso es que todas estas expresiones tienen en su significado “el hablar”. Solemos decir “estuve hablando con Francisco de…” “tuvimos una conversación muy agradable sobre…” “tengo que hablar con mi hijo sobre…” “el diálogo subió de tono porque…” “la charla fue muy amena…” Ninguna de estas expresiones incluye el significado de escuchar.
Solo utilizamos el verbo escuchar cuando nuestra participación es la de receptores del mensaje “estoy escuchando la radio, escuchando música…” “escuché el discurso de …” Muy pocas veces utilizamos el término escuchar. Expresiones como estas nos suenan hasta raras: “el otro día, en la cena mensual de amigos estuvimos escuchándonos…” “ayer, estuvimos escuchándonos muy acaloradamente…” No debería ser así, pero las evidencias demuestran que ponemos mucha más pasión en hablar que en escuchar. Sin embago, si en algunas ocasiones cambiásemos y en vez de hablar acaloradamente, fuésemos capaces de escuchar acaloradamente, obtendríamos resultados extraordinarios.
Aunque se sobreentiende que cuando decimos que he hablado con alguien, también ese alguien me ha estado hablando a mí y, por lógica, tanto el otro como yo hemos sido receptores de un mensaje que se supone hemos escuchado, las formas de expresarnos ponen el énfasis solo en la emisión, en el hablar.
Somos lo que pensamos, pues hacemos según pensamos. Y, ¿cómo pensamos? Mediante el uso del lenguaje. Así, resulta que como al pensar en comunicación solo utilizamos términos que se refieren a hablar, a expresar, en la práctica no escuchamos o escuchamos menos de lo que deberíamos.
Así pues, de tanto pensar en hablar, nos olvidamos de escuchar.
Herramientas para escuchar no nos faltan, como decía el filósofo griego Zenón de Elea “La naturaleza es muy sabia, ha dotado al ser humano de dos orejas y una boca para que se utilicen proporcionalmente”. Pero es que, además, mientras que podemos hablar a razón de 125 palabras por minuto, nuestra capacidad de pensar es de entre 400 a 600 palabras por minuto, esto son de media ¡cuatro veces más!
Actitudes:
Escuchar acaloradamente significa utilizar todos mis recursos en nuestra interacción con los demás poniendo atención en comprender antes que en ser entendidos.
En mis comunicaciones con los demás considero la escucha como elemento clave de entendimiento. Cuando pienso en comunicarme con los demás pienso en hablar y en escuchar. Comunicase con otros es hablarse y escucharse
Escucho el mensaje completo y con la mente abierta toda la información que se me transmite. Escucho a los demás en sus propios términos y no en los míos
La comunicación es un doble proceso, y escuchar es tan importante como hablar.
Escucho lo que dice la gente; observo el lenguaje gestual; aprendo al escuchar.
Acciones:
No se puede establecer un plan de acción general que sirva a todo el mundo. Cada uno tiene que desarrollar su plan en base a un análisis sobre los hábitos de escucha que tiene que mejorar.
Por ejemplo, si tengo el hábito de distraerme pensando en otras cosas al mismo tiempo que escucho, puedo, en algunas ocasiones, utilizar la técnica del parafraseo. El parafraseo consiste en repetir el mensaje de nuestro interlocutor con nuestras propias palabras para pedir corroboración o no de que hemos entendido el mensaje. Una forma de hacerlo es utilizar muletillas del tipo… “Entonces, según veo, lo que pasaba era que…”, “¿Quieres decir que te sentiste…?”. El tener que reformular el discurso de la persona con la que estamos comunicándonos nos obliga a prestar la máxima atención.
Me ha parecido sumamente instructivo el artículo. Y me ha hecho reflexionar. A ver si aquel que dijo que se nos han dado dos oídos y una boca para que escuchemos el doble de lo que hablamos, tenía razón. Pero ni caso…