Simplificando mucho la cuestión, podríamos decir que el que una sociedad sea más colaborativa o más competitiva está determinado por factores culturales tales como la estructura social, los valores o creencias y las tradiciones. Estos niveles de colaboración o competitividad tienen, a su vez, distintos ámbitos según donde se manifiestan, si internamente o externamente.
Así, hay sociedades en las que la competitividad está muy potenciada en niveles internos, todos compiten con todos. Mientras que otras, en sus niveles internos, fomentan mucho más la cooperación y la competitividad. Estas últimas, la competitividad la plantean únicamente de cara al exterior, todos colaboran para competir conjuntamente con otros.
En el sistema de mercado, las empresas solo debieran competir en el exterior, con otras empresas. Sin embargo, tras analizar muchas empresas en las que desarrollo procesos de Coaching para el cambio cultural, puedo afirmar que aquellas en las que se da mucha importancia a identificar y desarrollar culturas en las que se maximice la colaboración interna para desarrollar altos niveles de competitividad en el exterior, son más bien escasas.
En muchas empresas los valores culturales arraigados hacen que la competitividad esté mal entendida y como consecuencia se dan resultados totalmente indeseables.
Bajo mi punto de vista, la clave está en el equilibrio entre un nivel de competividad que estimule al desarrollo y la colaboración a nivel interno y que haga posible el logro de metas conjuntas que individualmente serían imposibles de alcanzar. Este equilibrio se alcanza cuando la competitividad que se estimula en la empresa y en cualquier otro ámbito es aquella en la que el individuo se esfuerza por superarse a sí mismo para contribuir en la mayor medida posible a la meta general. Este es el foco donde debe apuntar nuestra competitividad.
Según la orientación que la cultura de la empresa da a la competitividad, es decir, según la brújula que proporciona a sus trabajadores, sea cual sea la posición que estos ocupen, van a sentirse y estar de forma distinta, y ese sentir y estar se relaciona directamente con sus niveles de rendimiento.
Si la cultura de la empresa fomenta de forma exacerbada la competitividad interna, la brújula que guiará a las personas será o bien la envidia o bien la desidia. Las personas se sentirán estresadas o desanimadas. Los niveles de rendimiento de los estresados serán engañosos y peligrosos para la empresa, puede que incluso sean altos a corto plazo, pero es seguro que a medio o largo plazo no serán válidos, están basados en ese valor tan pernicioso para las empresas que dice que el fin justifica los medios. Por otra parte, los niveles de rendimiento de los que caen en el desánimo serán, evidentemente, mucho más bajos del que posibilita todo su potencial.
Por el contrario, cuando la cultura de la empresa fomenta la competitividad basada en la superación de uno mismo y en la contribución a la meta general, la brújula que aporta es un espíritu de superación que proporciona un estado que yo llamo “Acticionado®”. Este estado genera actitudes positivas producen resultados positivos y equipos de alto rendimiento.
Actitud:
Desarrollar valores corporativos que impulsen el espíritu de superación de todos los integrantes de la empresa basados en la automejora produce equipos de trabajo de alto rendimiento.
Acciones:
1º Identifico los valores actuales que imperan en la empresa que inciden que menoscaban la consecución de las metas generales.
2º Definir nuevos valores que sustituyan a los viejos. Estos valores tienen que impulsar a las personas hacia el logro de mejores resultados basados en sus niveles de rendimiento y no en los de los demás.
3º Alinear nuevo valores con competencias y con acciones. Primero para el nivel de dirección, después para el resto de niveles jerárquicos.